Sóneli está despierta, con los ojos abiertos. No intenta dormir. Escucha la puerta del piso de abajo. Justo bajo su cuarto. Es de madrugada, se escucha como el de abajo prende la luz, camina hacia su cama. Su cama y la de abajo, deben estar igual en el mismo lugar. Los pasos se acercan. Voltean a la derecha, al baño. A ella le gusta el sonido del baño, el correr del agua. Flushhhs, brups y grogs. Sóneli, la pequeña, se enrolla en su colcha de plumón. Cuando lo sacude, salen pequeñas plumitas que se quedaban volando un rato.
Sóneli no duerme, hace tiempo que no lo intenta. A veces cierra los ojos y tiene sueños, y estos sueños la persiguen, y ella corre, lanzándola a las lentas madrugadas. Se acomoda, se tapa o destapa, y espera a ese vecino de abajo que casi nunca llega. Esta vez se ha bajado de la cama, a pegado su oído al piso. No se quiere perder un solo movimiento. Alguna vez lo ha esperado en las escaleras, y al verlo salir, ha conseguido una cara y un cuerpo para sus seguimientos de madrugada.
Siempre llega solo, nunca habla con nadie.
Solo una vez la ha visto. No le ha sonreído. Ni ella a él, en realidad. Pero ella no lo pude olvidar, llega, a veces, dejando esa querida estela de sonidos claros, que confirman ambas existencias. Ella está ahí, y él también.
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