"háblame, que quiero ver tus labios moverse aunque no pueda entender una sola palabra, mírame, que quiero ver tus pestañas cerrarse aunque no me dejen respirar, que tu vida sea mi muerte es lo mínimo que puedo desear..." cantaba Fulmún, con los audifonos puestos. Ya no podía pensar nada, sentía, sentía con desesperación, el deseo de las ideas. Caminaba por la calle sin mirar nada. Todo sucedía en su cabeza. Eso es muy peligroso, y Fulmún ya debía saberlo. Largas temporadas con yesos, moretones y magulladuras eran su experiencia. Hasta de muletas y sillas de ruedas sabía Fulmún. Pero que mierda, Fulmún estaba alucinado. Caminó y caminó y cuando se dió cuenta que se moría de hambre, era demasiado tarde y todo estaba cerrado. Entonces decidió seguir caminando, o mejor dicho, el deseo decidió por él. Es bonito sentarse en esa piedra grande (la misma del cumpleaños, y aquella pregunta ¿viste mariantonieta? tan satisfactoriamente contestada con un rotundo no) y mirar y mirar el mar sin verlo. Pero mirar sin ver es peligroso, ya lo dijimos. Y andar por ahí sin notar las necesidades básicas, como comer, tomar agua y dormir, es peligroso también. Y Fulmún lo sabe, pero ahorita, sus funciones cognitivas no funcionan. Así que ahí va Fulmún, cantando "tócame, y no me dejes respirar, que me quiero morir, me quiero morir por ti..."
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