03 mayo 2009

discoteca.

Cometa está esperando. Cometa está sentado sobre el murito de ladrillos. Cometa está mirando el mar. Cometa regresa al edificio. Sube corriendo a su casa y prende una pava mientras recoge boxes y cds sueltos. Está tarde para el trabajo. La discoteca donde pone música está a escasas cuadras de su edificio, en Larcomar. Rendido ante el impulso, cae sobre un sofá a terminar la marihuana. Mira a lo lejos el cajón con unos billetes que salen, llamándolo. “Llévanos, Cometa” él sonríe. No los necesita hoy. No le importa llegar tarde. A Cometa lo han contratado por su fama. Porque tiene el mejor gusto y el mejor oído.
A Cometa le han pedido que trabaje. Cometa se ríe. Siempre pasa lo mismo.
A él no podría importarle menos. El dinero está ahí, pidiendo que lo lleve, y el no lo necesita. Trabaja en la discoteca porque le gusta la música, de la misma manera que le gustaba fumar, ver videos, y a veces también dibujar. Cometa casi siempre sonríe, siente la chacosería aflorarle. Le parece un chiste. Estar ahí. Le parece un chiste su suerte, su desapego. Con la misma sonrisa sale del departamento, sube al ascensor. En él está su vecino Fulmún. Le sonríe. Fulmún dispara una mirada gélida. “Quieres un trago?” , le pregunta. “ok”, responde Fulmún. Caminan a la discoteca.

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