Viajando en una combi, la cara cae sobre los brazos apoyados en el asiento delantero. Un cuerpo embutido en un uniforme que la mantiene rígida y entera sobre el asiento. Algo vibra. Seré yo? Estoy viva, me muevo? No, para nada: el celular vibra. Contesta y monosibela. Cuelga nuevamente y se recuesta sobre el asiento. No existe una postura cómoda. Las bocinas chillan gritando el nombre de la hora punta: desesperación. Nada se mueve. Ni un átomo, ni una partícula: ni una neurona, ni un aliento, ni un latido. Nada crece, todo es estático. Las luces de la calle, los monumentos de la vereda (niños mendigos, muchachos malabaristas y ancianos rastreros, ciegos, paralíticos, choros, putas, dealers, victimas y vampiros), los árboles grises.
No hay nada en la tele. Por la ventana no entra nada de luz, pero si vez a través de ella, se ve una pantalla gris detrás de los edificios. Le da la última vuelta al chupete que tiene en la boca, mira su pijama, su cama. Busca su cajetilla de cigarros mientras tritura el caramelo restante del ex chupete. Se chorrea a lo largo de su cama, cigarro en mano, mira el techo de su cuarto. Suspira solo para poder alcanzar un poco mas de aire. Se levanta, se suena la nariz, la pantalla de la ventana oscurece. Levanta el celular del piso, lo mira.
El bar esta lleno. Mira su reloj mientras sale del baño. Busca a sus amigos, da un rodeo antes de llegar a ellos. Entra al dance floor. Las voces pelean con los parlantes y se ríe. No importan que digan, no se entiende nada y solo se ríe. Todos se ríen de algo por un buen rato. Todos tienen algo en sus manos: vasos con tragos, botellas de cerveza, cigarros, chicles, otra mano, un cuello, un hombro, una pierna. Encuentra una esquina desierta y se acomoda para mirar. Alguien se detiene a hablar con ella. Se ríen de algo pero a la vez hay una densidad que los envuelve. Veremos que pasa no existe.
En el taxi, se fuma un cigarro, sola.
Cierra los ojos.
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