Y aquí estoy parada, confiando en mi anónima invisibilidad. Creo que con mis grandes lentes oscuros nadie me verá (aunque a veces soy consciente de lo mucho que llamo la atención). Me abrazo parada en la calle, esperando la luz roja.
Como cuando la señal del módem es baja y tus mensajes rebotan, me siento ignorada. Toda esta felicidad, ¿de que es? Me dan ganas de tirar piedras contra las ventanas que emanan luces con movimiento, hipnotizando y marcando el ritmo de mis pensamientos.
Pero no estoy pensando, estoy aterrada, abrazada, esperando la luz roja. De hecho estar sola rodeada de esto no es muy sano. ¿Acaso es que Navidad me haya pegado cuando era niña? ¿Acaso Navidad rompió mis juguetes, ensució mi vestido especial, se robo la atención de mi familia?
Sospecho que llegaba de golpe, y arrasaba con mi casa, que se convertía en un almacén de duendes, de renos y papanoeles que bailan al ritmo de una canción propia.
Yo, francamente, no me sentía muy cómoda.
Yo, ahora, estoy parada bajo el sol observando ventanas pintadas de nieve, con el sonido de las lucecitas, oculta tras mis lentes de sol, aterrada por la angustia de ser navidad. Aterrada por la angustia de haberme equivocado de puerta. Y el sonido de la navidad no me causa ninguna confianza, no me alegra, no me da paz ni nada. No alucino momentos felices ni regalos ni abrazos.
La navidad me amenaza.
Aun no encuentro la manera de defenderme.
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